Hace bastante tiempo, leí una frase, que creo que era de una columna de opinión de @sergio_c_fanjul , en la que decía algo parecido a que las ciudades sacrificaban en honor al dios del turismo su más preciado tesoro: su espíritu. (Era algo del estilo, la verdad que no recuerdo exactamente como era, he tratado de buscar el artículo para que lo leyerais, pero no ha dado con el).
Ese espíritu de las ciudades creo que lo conformamos los que habitamos en ellas, que generosamente debiéramos acoger a cualquiera que quiera ser parte de nuestra urbe. Pero surge un problema, cada vez, la cantidad de turistas que transitan los barrios es mayor y con ellos, de forma inversamente proporcional, los vecinos y vecinas desaparecen. Son expulsados de la ciudad, de sus barrios. Son barridos.
De esta forma, en un proceso lento y tedioso, la ciudad se convierte en un caparazón sin vida. Lleno de turistas que lo transitan, sacan fotos, las comparten y vuelven a sus casas. Como si de una cacería se tratara, orgullosos posan con un trofeo inerte. El esqueleto de una ciudad que poco a poco se ha quedado sin espíritu, ha expirado. Ha muerto.
25 de mayo de 2023